
El interés por la cosa política, y con ello entender la importancia que tiene en la vida, me llegó tarde. Aunque, como dicen: “Más vale tarde que nunca”.
Mi entorno nunca fue muy politizado durante mi juventud. No se hablaba de política en casa, no por regla, simplemente no era de interés particular de mis papás. Mi adolescencia la viví en los años ’90, cuando el país apenas empezaba a superar el horror de los 17 años de dictadura, pero yo no tuve consciencia de eso hasta varios años más tarde. Ocupaba mi tiempo absorto entre música, cómics y videojuegos.
Durante la etapa universitaria no me involucré en política, a pesar de que había harta actividad en mi universidad. Pero, mi carrera y facultad no eran los lugares donde más debatía del tema. Eso, sumado a que yo creía –como muchas personas aún lo creen– que la política es un mundo aparte, hecho para otro tipo de personas, que no influye mayormente en la vida cotidiana. ¡Qué joven más iluso que era!
Recién cuando entré al mundo laboral comencé a involucrarme, aunque de manera muy leve, con resultados de los que no me siento para nada orgulloso ahora. Básicamente empecé a votar. Era un joven profesional que, después de haber sido sobreexplotado y mal pagado por algunos meses, había conseguido el trabajo que quería, me consideraba exitoso. Si yo podía, cualquier otra persona también podía. Así que apoyaba a quienes promovían esa engañosa idea de éxito y mérito que yo tenía por ese entonces. Me consideraba bien informado por ver 1 hora al día de noticias en la TV. Creía que entendía de política y me atrevía dar opiniones que hoy considero absolutas barbaridades.
No recuerdo que haya ocurrido un evento particular que hizo cambiar mi forma de pensar. Pero empecé a informarme de verdad. A leer y, más importante aún, a entender. Con el tiempo comprendí la relevancia de la política en nuestro día a día. Como gran parte de lo que hacemos tiene una connotación política y que las decisiones que toman nuestros líderes, gobernantes, legisladores y fiscalizadores influyen en nuestra vida cotidiana. Desde definir la cantidad de horas que trabajamos; los sueldos que recibimos: cuántos impuestos pagamos; qué calles y cuando se pavimentan; el precio del pan y los artículos de primera necesidad; qué tipos de contenidos y como se enseñan en los colegios; cómo enfrentaremos la crisis climática en curso; el sistema de salud que tenemos; y un largo, muy largo, larguísimo etcétera. Seguramente cualquier tema sobre el que se te ocurra pensar, que involucre relación pública con otras personas, estará fuertemente influenciado por decisiones que políticos han tomado.
Llegué a participar de manera activa en reuniones periódicas, actividades de difusión y campañas puerta a puerta. Ahora estoy alejado de la participación directa, pero no dejo de mantenerme informado. Cuando miro hacia atrás, siento que me resultaría imposible desentenderme de la dimensión política como lo hacía cuando tenía veintitantos. Incluso si lo quisiera. Y a veces pienso que, por sanidad mental, sería mucho mejor hacerlo. Pero ya no puedo. Una vez que se toma consciencia de esto ya no se puede dejar atrás. Y paso rabias, me frustro y me da pena, pero nunca pierdo la esperanza de que nosotros, como ciudadanos comunes y corrientes, seamos capaces de elegir a los mejores representantes para nuestra sociedad.
Yo no espero que todo el mundo se involucre de manera activa o como militante político. Pero, al menos, es necesario mantenerse informado y ser crítico con las ideas y propuestas que se presentan. Como ya escribí en otra publicación, hace falta conversar más de política de manera seria y constructiva para que tomemos consciencia de que es un aspecto esencial de la vida que moldea el presente y más aún el futuro que queremos dejar a las próximas generaciones. El tipo de sociedad que construimos depende mucho, demasiado, de los políticos por los que votamos y terminamos eligiendo.
Bonus Track: Blowin’ in the Wind – Bob Dylan
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