El domingo por la noche fui a ver al prodigio de la música Steven Wilson al Movistar Arena. El inicio del concierto me encontró comprando agua en el kiosko. Tuve que correr para llegar a la cancha y encontrar una buena ubicación. No fue difícil, pues el recinto estaba lejos de estar lleno y con cancha única, así que logré quedar bastante cerca del escenario.

Steven Wilson no es un nombre muy conocido en el mainstream del rock, pero es un talento fuera de serie. Si tienes a bandas como Pink Floyd y Radiohead entre tus favoritas, es muy probable que ya lo conozcas. Y si no, este puede ser un buen momento para que empieces a escucharlo.

La jornada se extendió por casi tres horas. Los primeros 45 minutos estuvieron dedicados a su disco más reciente, «The Overview», un álbum que –en la mejor tradición del rock progresivo– cuenta con solo 2 canciones que presentan un viaje sonoro extenso e inmersivo. Luego de eso, un break de 20 minutos para dar paso al resto del concierto, que mantuvo un nivel estratosférico toda la noche.

Las imágenes en la pantalla gigante, a espaldas de la banda, fueron un complemento perfecto para la experiencia musical. En algunos momentos lograron hipnotizarme completamente, tanto que me parece necesario aclarar que no consumí ninguna sustancia alucinógena. Wilson también hizo pausas para hablar al público, mostrando su humor característico se burló de lo largas que son algunas de sus canciones e, incluso, de su propia banda, Porcupine Tree.

Hay un detalle que merece una mención aparte: el sonido. Estuvo absolutamente impecable. Algo que no siempre se puede decir de los conciertos en el Movistar Arena. Se nota la preocupación de Steven Wilson y su equipo por alcanzar la perfección auditiva; era posible apreciar con claridad cada uno de los instrumentos.

Vi a Wilson por primera vez el 2018 como solista en el Caupolicán, luego, el 2022, con Porcupine Tree en el Movistar Arena, y esta fue mi tercera vez. Sin duda, fue la mejor de todas y la que más he disfrutado. Steven Wilson es, sencillamente, un gigante del rock y la música a nivel planetario.

Angelo Pierattini es, muy probablemente, el artista al que más veces he visto en vivo sumando sus diferentes proyectos. Y es que, para mí, es uno de los mejores y más talentosos músicos chilenos de su generación. Es de esos artistas que viven la música con pasión, que aman lo que hacen y llevan la esencia rockera en sus venas.

Si bien en el último tiempo, en su carrera como solista, ha tenido un giro mucho más marcado hacia la música latinoamericana, el folclor y las baladas –Algo que siempre ha estado presente, en mayor o menor medida, en su música–, hay momentos que son pura magia sobre el escenario cuando parece que la guitarra toma posesión de él, lo traslada de un lado a otro, distorsiona su cuerpo y las cuerdas guían sus dedos para regalarnos solos llenos de energía rockera que pocos logran transmitir .

Este miércoles, tuve la oportunidad de vivirlo nuevamente en el lanzamiento de su más reciente trabajo como solista titulado «Angelo Pierattini». Un concierto muy especial, en el Teatro Nescafé de las Artes, que además celebró sus 30 años de carrera musical y rockera. Fue una jornada hermosa, en la que compartió escenario con algunos de los artistas que colaboran en el disco para interpretar las canciones en las que participan: Cristobal Briceño, de Fother Mockers y Ases Falsos; Pablo Ilabaca, conocido alter ego de Freddy Turbina y ex guitarrista de Los Chancho en Piedra; el mexicano Juan Cirerol; y Los Vásquez. También hubo espacio para un par de canciones de su ex banda, Weichafe, que es una de mis bandas favoritas del rock nacional y otras más de sus anteriores álbumes solistas.

Al finalizar, como es su costumbre, Angelo se dio el tiempo para compartir con sus seguidores, intercambiar algunas palabras, tomarse fotos y firmar discos. Y, por supuesto, aproveché la ocasión para conseguir unas “rayitas” y llevarme un recuerdo de la noche.

Espero que siga haciendo música y tocando en vivo por mucho tiempo más para poder seguir disfrutando esa mezcla de magia rockera, melancolía y cebolla tan característica de la música chilena.

Este viernes 10 de octubre Lucybell se despidió de los escenarios después de más de 30 años de carrera. Una banda que ha marcado muchos momentos de, al menos, un par de generaciones en Chile.

En un concierto de 3 horas pasaron por toda su discografía con un público que estuvo muy entusiasmado cantando gran parte de las canciones y coreando “Lucybell, Lucybell” en muchas de las pausas entre temas. Claudio Valenzuela se vio emocionado hasta las lágrimas desde el comienzo y junto a sus compañeros, Eduardo Caces y José Miguel “Cote” Foncea, entregaron una presentación a la altura de lo mejor del rock chileno del último tiempo. En el escenario el trío estuvo acompañado por arreglos de bronces y cuerdas en varios pasajes, lo que le dio un toque diferente a las canciones.

Mis momentos favoritos del concierto fueron la sección acústica, momento en que se trasladaron un pequeño escenario en la parte posterior de la cancha; el tramo final donde tocaron algunos de mis canciones favoritas como «Viajar», «Ángel», «Sembrando en el Mar» y el cierre con «Mataz» y «Mil Caminos».

Creo que hay pocas bandas en Chile que han logrado mantenerse en forma y vigentes por tanto tiempo como para lograr llenar 2 Movistar Arena en su despedida. Ahora esperemos que esto solo sea el fin de una etapa y que en un futuro, ojalá no tan lejano, podamos verlos sobre los escenarios nuevamente.

La tarde del sábado tuve la fortuna de ser uno de los cerca de 40 asistentes al show de Alain Johannes Trío en un pequeño estudio de grabación en Santiago. Una presentación íntima de un músico chileno de primer nivel a escala mundial.

Póster del show secreto de Alain Johannes Trío autografiado por los miembros de la banda
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Pocas bandas deben tener un nombre mejor puesto que esta. Al escuchar su música uno puede sentir rabia y pena, pero también amor y alegría. Nostalgia y rebeldía, pero también esperanza. Poesía musicalizada que llega al alma. No se que etiqueta se le pone a este estilo: hard rock, hardcore, post-hardcore. En realidad da lo mismo, ¿no? Es una experiencia absolutamente explosiva. Eso fue lo que vivimos todos quienes ayudamos a repletar la Sala Metrónomo la noche de este viernes 5 de septiembre.

Es un verdadero agrado ver que la banda atrae cada vez a más público.

Aprovecho este espacio recientemente inaugurado para escribir algunos comentarios sobre mi experiencia viendo por primera vez en vivo a Green Day, en la que fue la 4ta presentación de la banda en Chile, y también mi primer concierto en el Parque Estadio Nacional, un lugar del que había escuchado muchos comentarios no muy favorables, pero que en definitiva no me pareció nada mal.

Lo de llegar con mucha anticipación y tener que esperar por horas la aparición de los artistas no es lo mío. Y esta vez no fue la excepción. A pesar de eso logré llegar a una bastante buena ubicación por la mitad de la cancha general, que es lugar donde más disfruto los conciertos. A los pocos minutos, y con una puntualidad que se ve pocas veces en el rock, a las 21:00 hrs. aparecieron en el escenario Billie Joe Armstrong, Mike Dirnt y Tré Cool junto a sus músicos acompañantes, después de una previa con la animación de Pinkie, el conejo rosado que es una especie de mascota no oficial de la banda. Sería el comienzo de una gran jornada de rock en la fría noche santiaguina del sábado 30 de agosto. Seguir leyendo